A veces tenemos tanto que aprender de aquellos que nos han dañado, tanto que aprender de aquellos que consideramos nuestros enemigos y en verdad no lo son, a veces tenemos tanto para decirles y ¡que terrible sería no hacerlo!
Por eso, valoremos a aquellos que se exponen, que se hacen cargo de su actitud, a aquellos que ponen el cuerpo y piden perdón cuando se equivocan, a aquellos que se prestan para escuchar lo que tenemos que decirles, hoy, en una sociedad donde es más fácil esquivar la responsabilidad, donde es más fácil evitar la historia, donde es más fácil echarle la culpa al de afuera desligándose de todo. Ante estas personas lo que uno tiene que sentir es gratitud.
Tenemos que construir un presente liberándonos del pasado, de aquello que en una situación dada nos hizo daño y para esto hay que saltar algunos obstáculos que la vida nos depara.Se trata de aprender que esos obstáculos no se pasan si antes no se produce un aprendizaje. Las cosas que nos suceden están en nuestra vida para que aprendamos de ellas porque sino aprendemos se volverán a repetir.
Los obstáculos que no se superan producen enojos y broncas que se estacan en nosotros y no nos permiten continuar de una manera sana con nuestra vida. Cuando hablamos de un duelo, hablamos de la sensación de pérdida de algo o de alguien en nuestra vida, pero existen diferencias entre el dolor y el sufrimiento, porque:
El dolor, es el tránsito por un espacio que me genera una sensación de estar herido por dentro.
El sufrimiento, es quedarse a vivir en ese lugar de dolor y no poder salir de él. El dolor en sí es saludable si consideramos que nos permite ver que algo dentro de nosotros nos está causando daño. Es una llamada de atención a la que tendremos que responder para poder sanar.La protesta difiere de lo que es la queja. Siempre es saludable hablar sobre aquello que no nos gusta, quejarse es instalarse de manera continua en una protesta.
Poner límites difiere del hecho de aislarse. Poner límites a alguien y decirle; "hasta acá llegaste porque no me gusta lo que hacés" difiere del hecho de aislarme de todo y de todos porque no puedo o no se poner límites para que no me sigan lastimando. Es como si uno dijera "bueno no me enamoro más de nadie porque la última vez que me enamoré me lastimaron", de alguna manera me aíslo, me preservo de... para que no me vuelva a suceder lo mismo.
La bronca como manifestación de desagrado difiere del enojo. Para dar un ejemplo es como si me entrara una basura en el ojo; me enojo, me siento irritado, me siento molesto, no veo con claridad nada, estoy fastidioso y muchas veces termino enojándome con quien no lo merece. Entonces y sólo entonces, habrá que aprender a poner en palabras esa bronca y decir "esto no me gusta" porque si no lo hago seguramente esa bronca contenida se transformará en enojo.
Decía Aristóteles: "Enojarse es fácil, pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado eso, es cosa de sabios".
Muchas veces la bronca contendida me lleva al enojo y ese enojo me genera angustia y cuesta manejarlo. Y esto sucede porque en muchas ocasiones sentimos temor de decir lo que nos pasa por miedo a que nos dejen de querer, de que nos dejen de aceptar, de que el otro sea quien se enoje con nosotros. Muchas veces nos guardamos dentro lo que queremos decir porque pensamos que si lo decimos tal vez lastimemos al otro, cuando en verdad a quien lastimamos es a nosotros mismos. A veces preferimos transitar el camino de enojarnos en silencio en vez de hablar o explicar lo que sentimos, o bien aislarnos cuando en realidad así estamos pagando un precio que no queremos ni debemos pagar.
Cuando el enojo se instala, el enojo guardado comienza a doler y nos conduce al rencor, y del rencor pasamos al resentimiento, el cual no tiene salida. Muchas veces guardamos resentimiento contra alguien que ya no está presente en nuestra vida y nuestro problema no está en el afuera, está dentro nuestro, con todo aquello que el otro dejó instalado dentro mío, llamémosle, palabras hirientes, actitudes que no podemos olvidar y la falta de todo aquello que necesitábamos de esa persona. Lo importante entonces no es su ausencia sino la presencia en mi vida de todo lo que me faltó del otro, de aquello que la otra persona no pudo o no quiso darme.
El perdón se construye, se aprende, uno aprende a perdonar, no nace solo, se construye en el día a día hasta que llegue un punto en que no nos haga falta que venga el otro a pedirnos perdón, simplemente se perdona construyendo nuestra propia capacidad de perdonar, porque perdonar es liberador para quien perdona no para quien recibe nuestro perdón.
Habrá entonces que sacar todo afuera para que adentro nazcan cosas nuevas, como la confianza, el amor, la compasión que me va a conducir al perdón para librarme de todo aquello que me daña y poder seguir adelante.
Jorge Bucay.